jueves, 31 de octubre de 2013

JOSÉ MARTÍ. Yo tengo un amigo muerto

JOSÉ MARTÍ

En su prestigiada Antología de la poesía española 
e hispanoamericana (1934 y 1961), Federico de Onís destaca que José
Martí (1853-1895) no es solamente “el gran héroe nacional” de Cuba,
sino también una figura excepcional en el plano literario, la cual le
merece este notable elogio: “.. su arte arraiga muy suyo en lo mejor del
espíritu español, lo clásico y lo popular, y en su amplia cultura moderna
donde entra por mucho lo inglés y lo norteamericano; su modernidad
apuntaba más lejos que la de los modernistas, y hoy es màs válida y
patente que entonces”. Yo me contento aquí con hacer un comentario de
un pequeño poema suyo perteneciente a "Versos sencillos", incluido en la
citada antología, con la intención de invitar a leer o releer a este gran
poeta.

VERSOS SENCILLOS

VII
Yo tengo un amigo muerto
que suele venirme a ver:
mi amigo se sienta y canta:
canta en voz que ha de doler:
“En un ave de dos alas
bogo por el cielo azul:
un ala del ave es negra,
otra de oro Caribú.
El corazón es un loco
que no sabe de un color:
o es su amor de dos colores,
o dice que no es amor.
Hay una loca más fiera
que el corazón infeliz:
la que le chupó la sangre
y se echó luego a reír.
Corazón que lleva rota
el ancla fiel del hogar,
va como barca perdida,
que no sabe adónde va.”
En cuanto llega a esta angustia
rompe el muerto a maldecir:
le amanso el cráneo; lo acuesto;
Acuesto el muerto a dormir.

Tiene este poema una apertura misteriosa, que de súbito evoca
el más allá, el ignoto reino donde van los que dejan este mundo nuestro:
Yo tengo un amigo muerto”/que suele venirme a ver. ¿Se han ido para
siempre esos seres queridos? ¿Habitan en un lugar determinado? Si es
así, ¿nos visitan? ¿Andan entre nosotros? Este difunto amigo del poeta,
desde luego sí, porque se sienta a su lado, y además le canta una canción.
Es un lamento, una confesión conflictiva, dimanada de un alma
en pena que vuela por el cielo sotenida por dos alas dispares; una negra,
la otra “de oro Caribú”.
También el amor vuela sobre dos alas, cada una de un color; y
con sólo un color no hay locura de amor.
Anida en el corazón la locura, una que se consume en la
infelicidad, en el dolor; pero hay otra locura, “más fiera”, que como ave
de rapiña, apresó, devoró, “y se echó luego a reír”.
Mas el amor loco no es el único que vive en el corazón. Está
también el amor a la familia, al hogar, que es manso y acogedor, y
cuando uno se desarraiga, cuando se rompe ”el ancla feliz del hogar”, el
corazón vaga atormentado y sin rumbo: como este muerto amigo, esta
alma desesperada, a la que no le queda más tregua que una caricia
compasiva y el reposo intermitente del dulce sueño.
Valiéndose de la ficción de un difunto atormentado, Martí hace
un canto de la naturaleza conflictiva del amor y de las desdichas del
corazón. Con extraordinaria habilidad las cuartetas se van sucediendo,
libres unas de las otras; independientes, autosuficientes semántica, pero
no temáticamente, formando las estrofas 3ª, 4ª y 5ª un núcleo bien
tensado por la palabra “corazón”.
En conjunto, este poema se proyecta con un perfil
incuestionable, rara virtud propia de los grandes maestros. Las palabras
y los versos tienen una presencia insustituible. Son ésos necesariamente,
descartando cualquier alternativa sin pérdida de calidad lírica.
“Yo tengo un amigo muerto”, posee un nimbo de excelencia
indefinible, impalpable, pero perceptible hasta para el lector más lego.
Los poetas populares-y Martí lo es-saben tocar a sus composiciones de
ese halo, que no sólo es hijo del talento, sino también de la maestría, del
conocimiento perfecto y superado del oficio, de poder utilizar las
herramientas para expresar lo que uno personalmente siente y ve. O
dicho de otra manera, en la escuela de Martí, al fin y al cabo la
tradicional, el gran talento es el que sobresale por encima de las normas
métricas, normas que son un arma de doble filo para la mayoría de los
poetas.
Referente a versos concretos, hay varios para mí destacables. En
primer lugar el que alude al “oro Caribú”, dos palabras conjuntadas en
exótica eufonía que se quedan inmediatamente prendidas al oído. Los
dos versos finales del poema me parecen por otra razón geniales. Cuando
el muerto, angustiado, empieza a maldecir, el poeta interviene así: “le
amanso el cráneo; lo acuesto; /acuesto el muerto a dormir”. El último
verso podría haber dicho “y pongo el muerto a dormir”, pero al
prescindir de “y”, valiéndose de la repeticiónde “acuesto”, hace 
una cabriola sintáctica perfecta. Hoy los poetas se
desviven por aportar innovaciones sintácticas.

José Siles Artés
27-2-2007


martes, 29 de octubre de 2013

QUERIDOS MÓVILES

Hay que tener cuidado en la calle con los que te vienen de frente-y son muchos-hablando por el móvil. Van con la atención volada, y como no los regatees a tiempo chocan contigo.

Hay gente que necesita hablar todo el tiempo y para ello el móvil es un artilugio perfecto.
Antaño, estas personas se pegaban al primero que se ponía al alcance y le daban la vara. Hogaño el móvil-bendito sea el invento-nos ha librado de aquellos pelmazos.

El móvil está haciendo mucho bien a personas con problemas síquicos por la facilidad e inmediatez para desahogarse.

El móvil es  un amigo, un compañero y hasta un servidor. Y también una distracción, cosa que se percibe especialmente viajando en autobús. Habría que calcular el porcentaje de llamadas que se hacen desde el autobús, usado como cabina, cabina rodante.

Pero en la cabina clásica cada uno ventilaba en privado sus cuitas, sus negocios o sus banalidades. Ahora en el autobús toda esta parlería se hace en público, castigando los oídos, la atención y la paciencia de unos inermes desconocidos, devenidos bultos insensibles. Pero a lo mejor no, o a veces no, pues hacerse notar sea como sea, puede tener su morbo.


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viernes, 25 de octubre de 2013

HUEVOS ROTOS

Pocos platos han hecho tanto furor en los últimos tiempos como los "huevos rotos".
Desde que empezó la moda, desde que supe de su existencia, me hizo gracia esta modalidad destructiva de un par de huevos. Pero me puse en guardia.
-Que no, que no, que están exquisitos-me venían a insistir varios amigos.
Me empeñé en no pasar por el aro, hasta que ya cansado de mi propia tozudez, me rendí.
Sí, muy buenos los huevos rotos, pero no más que los huevos sin romper, y posiblemente menos. Y es que todavía no he encontrado a nadie en este mundo que no se emocione ante un par de huevos fritos, el plato más clásico de los clásicos.
Pero había que reinventarlo, hacer que fueran dos huevos fritos y que no lo fueran; conservar su sabor, pero no su forma. Y así surgió esta genialidad comercial, esta chorrada, que engancha religiosamente. Menos a los raros impíos, escépticos, incrédulos como yo, que en cuanto vemos "huevos rotos" en una carta, salimos huyendo.

jueves, 10 de octubre de 2013

Silogismo catalanista

La ley de inmersión lingüística es una ley de la Generalitat, por lo tanto es constitucional. Es así que la ley Wert ignora la inmersión lingüística, por lo tanto no es constitucional.

miércoles, 9 de octubre de 2013

A vueltas con el inglés (4)

De mi amigo López, estudiante de inglés,  he recibido la siguiente súplica:
-Por favor, dame algún truco para pronunciar correctamente la "ese líquida". Me resulta muy difícil no decir "espeak" por speak, "espy" por spy y "estone" por stone.
-Pues a ver si te vale este truco-le he contestado-. Simplemente "despegas" la ese de donde está y se la pegas a la palabra anterior. Así: Is peak, thes py y blus tone. Repite varias veces para habituarte. Y dime cómo te ha ido.

lunes, 7 de octubre de 2013

Hombre de compañía

Me he encontrado a un amigo paseando un lanudo perrito. Como sé que no es muy amigo de tener animales en casa, le he expresado mi extrañeza. Y resulta que el chucho no es suyo, sino de su hijo, que va a estar fuera cinco o seis día y lo ha dejado a su custodia. Pero mi amigo está desesperado: el cachorro es de un cariñoso tan excesivo que lo tiene pegado a sus piernas todo el tiempo. En casa no puede hacer nada porque lo sigue cuando se mueve;o se echa a sus pies cuando se sienta. Durante la noche no consiente dormir fuera de su habitación, y cuando tiene que dejarlo solo para salir a sus menesteres, arma unas zapatiestas espantosas. Todo viene de que el animal proviene de un asilo de perros abandonados, y el pobre tiene pánico de quedarse sin amo otra vez. 
-En resumen- queja-, que estoy haciendo de hombre de compañía.

jueves, 3 de octubre de 2013

AMIGOS Y AMISTADES

Con algunas personas me une una gran amistad; son las que considero grandes amigos. Tengo por otro lado  amistades, muchas más que amigos, pero con las amistades no tengo tanta amistad como con los amigos.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Claudio Rodríguez recordado



Lo conocí a mediados de los sesenta en una cena de clausura de un
curso de verano. Él, conferenciante de poesía; yo, profesor de lengua
española para extranjeros. Gran poeta laureado, en plena juventud y
talento, fue en aquella celebración la estrella.
No sé si coincidimos silla con silla, pero el caso es que hablamos y
recuerdo que yo me sentía como elevado, como con derecho a
acaparar su atención y comunicarle mis filias y fobias de toda índole, en
el fondo actuando como si la proximidad física llevara aparejada la
igualdad intelectual. La juventud es particularmente vulnerable a estos
delirios, a los que los famosos deben estar acostumbrados.
Ignorante de su poesía, no le dediqué el menor comentario ni
halago, comportándome en todo momento como un sábelotodo
hipercrítico, y al mismo tiempo con la llaneza propia de una amistad
de toda la vida-otros sabrían decirme si este era un sentimiento que
Claudio inspiraba en los demás.
Después de varios años sin vernos, empezamos a coincidir
esporádicamente en un club deportivo. Nos cruzábamos, él con su
bolso y pala de frontón, yo con el mío y raqueta de tenis.
-Me gustaría que me enseñaras unas nociones de tenis-me decía.
-Con mucho gusto.
-Tenemos que quedar.
-Cuando quieras.
Nunca se celebró la inconcretada partida, y yo seguía sin leer
su poesía. Mejor dicho, en una ocasión abrí un poemario suyo y a los
varios minutos lo cerré. Me pareció aquella poesía una rebuscada
divagación.
Lo que sí comprobé, inesperadamente, fue algo que había intuido
desde el principio, la excepcional hondura humana de Claudio
Rodríguez, que era en definitiva, ahora lo veo claro, el motivo de mi
gran estima.
Fue un día que entré en el Café Gijón, más conturbado de lo que
me creía por un problema personal. Desde el centro del salón atisbé
donde acomodarme, encontrándose mis ojos con los de Claudio
Rodríguez, que departía en una de las mesas laterales. Al instante se
incorporó y se vino hacia mí.
-A ti te pasa algo, ¿no?
-No, nada.
-Te pasa. Ven a sentarte con nosotros, no estés solo.
Aquella tarde de conversación debió distraerme de mis cuitas, pero
más que nada me hizo bien el gesto solidario de Claudio.
A mediados de los noventa se vino a vivir a mi barrio, por donde
entraba y salía de los bares; bebía compulsivamente, creo que ya
estaba alcoholizado. Nos encontrábamos de vez en cuando y
hablábamos de cualquier cosa, nunca de poesía. ¿Se acordaba ya de
cuando nos conocimos? ¿Recordaba mi nombre? Casi seguro que no,
pero en nuestros casuales encuentros yo notaba aún brillar la llama
amistosa de hacía treinta años.
Se fue de la vecindad, perdí el contacto y, cuando murió, lo sentí de
manera muy personal, como alguien que pierde un preciado recuerdo.
Hace un par de años un poeta animador me invitó a participar en un
homenaje a Claudio Rodríguez. No fui; no me veía con títulos para
hacerlo.
Hace unos meses he reencontrado a Claudio Rodríguez, y estoy
emocionado. Está entero y verdadero en sus versos, donde antes yo no
sabía verlo.
José Siles Artés
23-3-07