Paseante habitual, siempre me han llamado la atención esos ciudadanos que, sentados, prefieren contemplar el ajetreo de la calle.
Y en la calle, en la acera, lo más interesante que ocurre es la diversidad de gente circulante.
En vestimenta y en catadura, la corriente humana que pasa por las aceras regala intriga e interés al espectador: un espectáculo variado e imprevisible.
Durante un tiempo, mucho tiempo, me irritaba ser objeto de contemplación por parte de observadores sentados en bancos públicos o terrazas de bares.
Luego, coincidiendo con disponer de más tiempo, pasé a ser observador y empecé a tomarle el gusto al espectáculo callejero, hasta el punto de quedar enganchado. La pasarela que es la acera me divierte y entretiene como pocas otras cosas.