jueves, 26 de marzo de 2015

ABURRIMIENTO

-¿Ya se va usted?
-Sí. Es la una y media.
-Muy pronto. Yo hasta las tres y media no me siento a comer. Así acorto la tarde. Si no, la tarde se me hace eterna.
Sentir, palpar el paso del tiempo, el tictac del reloj, el aburrimiento y, peor aún, la melancolía.
-¿Y usted cómo lleva el aburrimiento?
-No me atormenta. Disfruto sintiendo pasar el tiempo.
-¡Vamos, que el aburrimiento es para usted divertido!
-Placentero, digamos.
-Ya, amigo, usted es un "bicho raro"...
-Pues no le digo que no ...

martes, 10 de marzo de 2015

LA OTRA INTELIGENCIA

A marchas forzadas surgen aparatos, dispositivos y servidores cada vez más inteligentes.

El desarrollo de la electrónica, materia gris de todos ellos, es tan vertiginoso que el artilugio que hoy es un portento, mañana ya es torpe comparado con el que le sucede.

Básicamente, la maravilla de muchos de estos aparatos consiste en hacer por sí mismos operaciones que la inteligencia individual, la del ser humano, resolvía por sí misma con más o menos complejidad, precisión y rapidez.

Nada que ver con las portentosas operaciones que al instante pueden realizar los instrumentos robóticos disponibles en el mercado, manejables con botones y obedientes hasta a la voz del usuario. 

Para las generaciones formadas en la manualidad y la aritmética básica, el manejo de los artefactos robóticos supone -a la vista está- la adquisición de unas destrezas demasiado tarde sobrevenidas.

Cuanto más joven el usuario es, más fácil le resulta familiarizarse con la "otra" inteligencia, al tiempo que se ve aliviado de usar la suya propia, la inventiva, el esfuerzo personal y el razonamiento. Pero por su facilidad para aprender todo lo nuevo, los jóvenes constituyen el gran capítulo de los listos en el manejo de las nuevas tecnologías. El capítulo de los torpes lo forman los mayores, arrinconados en un limbo donde se oxidan las destrezas que aprendieron, que emplearon, pero que la nueva tecnología ha desfasado.

lunes, 2 de marzo de 2015

PEDRO SÁNCHEZ

En el reciente debate sobre el Estado de la Nación, puede que la frase más sobresaliente fuera aquella de Pedro Sánchez, el jefe del principal partido de la oposición, cuando dirigiéndose a Mariano Rajoy, declara: "Yo soy un político limpio, lecciones de corrupción, ni una".
"Yo soy un político limpio" tiene evidentemente una formidable contundencia, con una carga ambivalente.
Por un lado, Sánchez reivindica para sí la honradez y, por otro, indirectamente, está diciendo a su contrincante que él no es un político honrado.
La implícita acusación es muy grave, sobre todo cuando va dirigida a un Presidente de Gobierno, y en unos tiempos en que la reiterada descubierta de casos de corrupción en la clase política, ha producido extendida indignación entre la ciudadanía y está haciendo estremecer los cimientos de la gobernación democrática, tal y como ha transcurrido en los últimos treinta y ocho años. La exigencia de honradez, de limpieza moral a nuestros gobernantes puede constatarse en el favor popular, en el auge espectacular que están experimentando flamantes agrupaciones y partidos.
Con el órdago recibido, el jefe del ejecutivo quedaba emplazado a aportar un desmentido. No ha lo hecho, alimentando así la sospecha de implicación en turbios procedimientos.
Podríamos concluir también que Sánchez ha dejado en entredicho a Rajoy, haciendo valer el principio de que no basta pasar por honrado, sino que hay que demostrarlo con los hechos y con las palabras. Seguramente el tan autocomplaciente Presidente de Gobierno que tenemos no esperaba una estocada tan directa, tan personal, pues hasta ahora las descalificaciones escénicas de los partidos se hacían según un patrón bastante más amortiguador, basado en descalificar, censurar al oponente por faltas más o menos concretas que eran correspondidas con el zafio, "y tú más".
En definitiva, en vez de atacar por sistema a su rival, ha dado una vuelta de tuerca al debate crítico, ha preferido hacer declaración de honradez, colocando así al otro al borde del abismo.