No es
raro oír a gente veterana ilustrada que, a partir de cierta edad, se relee más
que se lee.
Es
decir, se goza más volviendo a aquellas páginas que nos encandilaron en
nuestros años vitales, que sumergirnos en nuevos libros, en obras recientes.
Personalmente,
yo he evolucionado en ese sentido: libros que para personas más jóvenes son
sensacionalmente novedosos, a mí no me terminan de entusiasmar; más o menos
explícitamente siento que tal fruto literario ya lo tengo básicamente incorporado
a mi conciencia lectora. Viene a ser música ya oída.
¿Puede
condicionarme un encallecimiento de mis facultades para apreciar nuevos rumbos?
Sin
duda; en algunos casos he terminado por admitirlo.
Y a la
inversa, he experimentado que no sigue siendo oro todo lo que en los años de juventud relucía. Obras que
entonces me arrebataron, y a las que en esta época he vuelto, me han producido
una gran decepción. Esto también hay que decirlo.