viernes, 29 de abril de 2016

RELEER

            No es raro oír a gente veterana ilustrada que, a partir de cierta edad, se relee más que se lee.
            Es decir, se goza más volviendo a aquellas páginas que nos encandilaron en nuestros años vitales, que sumergirnos en nuevos libros, en obras recientes.
            Personalmente, yo he evolucionado en ese sentido: libros que para personas más jóvenes son sensacionalmente novedosos, a mí no me terminan de entusiasmar; más o menos explícitamente siento que tal fruto literario ya lo tengo básicamente incorporado a mi conciencia lectora. Viene a ser música ya oída.
            ¿Puede condicionarme un encallecimiento de mis facultades para apreciar nuevos rumbos?
            Sin duda; en algunos casos he terminado por admitirlo.
            Y a la inversa, he experimentado que no sigue siendo oro todo lo que  en los años de juventud relucía. Obras que entonces me arrebataron, y a las que en esta época he vuelto, me han producido una gran decepción. Esto también hay que decirlo.

martes, 19 de abril de 2016

CALMANTES

Ya va a hacer mes y medio desde que me operaron de rotura del húmero del brazo izquierdo. Desde entonces salta a la vista la movilidad que voy recuperando en las sesiones de rehabilitación. Pero en la cama me duele el hombro, aunque duerma sobre el derecho o boca a, rriba. Duermo mal, ¿y es por esto por lo que soy presa de una pesada fatiga, especialmente por la mañana? Debería tomar un calmante, me lo tienen prescrito, pero yo quiero ser fiel al principio de que “medicinas, las menos”. Lo vengo practicando desde siempre, si bien ahora, a mis ochenta y seis años recién cumplidos, voy a tener que ceder. Esta misma noche me voy a acostar con un analgésico, a ver si logro dormir como antaño.

viernes, 15 de abril de 2016

PAGAR O NO PAGAR


Desayunar fuera de casa me supone un cambio apetecible; es salirse de la rutina, aunque la mayoría de las veces obedezca a la nada grata ocasión de hacerse un análisis de sangre. Y así es como me he encontrado ayer ante una humeante taza de café con leche y una crujiente tostada con mantequilla y mermelada. Estaba la cafetería a tope, todos los taburetes ocupados, y casi todas las mesas, y los dos camareros del lugar daban a duras penas abasto. Trajinaban como rayos, pero pagar era casi un forcejeo en el momento de evacuar. Qué fácil me sería irme sin pagar. Lo he visto clarísimo, imposible que advirtieran mi escapada durante unos minutos, si es que llegaran a advertirla. Durante cinco minutos largos se me ha acelerado el pulso de emoción, de tentación transgresora, y al final me he rendido, teniendo que forzar al camarero para que me cobrara. La verdad, he salido a la calle decepcionado de mí mismo.