La higiene es una
obsesión. No es una obligación. Ducharse diariamente raya en la obsesión, Una
gran parte de la población seguramente lo siente así. No ocurría de esta manera
en otros tiempos. Recuerdo el olor a humanidad y sudor que se percibía en
recintos públicos en los años cuarenta y cincuenta. En los vagones del metro,
por ejemplo. Y en los cines, donde el acomodador aparecía por el pasillo
central pulverizando desodorante. Ya en general constituimos multitudes
inodoras. Pero persiste el hábito de tirar papeles al suelo en lugares
públicos, a pesar del gran aumento de
papeleras, sobre todo en las calles. En bares y cafeterías, las servilletas de
papel, huesos de aceitunas, palillos de dientes y restos diversos de aperitivos
orlan con frecuencia el pie de los mostradores: una guarrería. Está claro que
abstenerse de usar las papeleras no es una obsesión. Es una cómoda y
autocomplaciente despreocupación.
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