domingo, 25 de febrero de 2018

BACH VERMUT

Así se titulaba el concierto matinal en el Auditorio Nacional, al que asistí el sábado17 de este mes.
El asociar el tapeo con el arte parece que se va extendiendo. Hasta ahora, desde luego, esta combinación parecía más hermanada con la presentción de libros, obras siempre demasiado herméticas para apreciar a priera vista, de manera que el ya clásico "vino español" le vaya como anillo al dedo a tales eventos. Hasta el punto de que ya la presentación de un libro queda bastante desangelada sin el piscolavis en cuestión -gratis para el auditorio, por supuesto.
Sin embargo, en el "Bach Vermut" al que asistí, la consumición corría a cargo de los oyentes:tapas variadas y bebias más o menos alcohólicas se ofrecían en un amplio vestíbulo, previo pago de su importe. Y mientras se engullía podían escucharse versines de Bach interpretadas por varios artistas.
Personalmente, con todos los respetos, dada la hora más que meridiana, mi estómago me reclamaba combustible; aparte de que el concierto en sí, protagonizado por la organista Loreto Aramendi, lo había gozado tanto, que me resistía a sustituir sus ecos con nuevos acordes.
Porque fue una experiencia portentosa escuchar a Bach, a Listz y a otros, interpretdos por unas manos y unos dedos de los que parecía brotar la música. Una pantalla, sabiamente ubicada, nos permitía ver la ejecución de las piezas en proxiidad, la labor de las manos, los pies y hasta el cuerpo de la organista, conjuntamente actuando para hacer brotar del órgano un manantial de música.
Muy acertadamente, la cámara dedicó frecuente atención a los pies de la artista, vivos y diestros instrumentos que arrancaban del órgano sus voces más profundas.
La cámara aportó una proximidad que normalmente ni siquiera se disfruta en directo, sobre todo con el órgano, señera y distante fuente musical.  Ah. en un par de breves enfoques, vimos también el rostro de la artista, y entonces la música se hizo visual. 

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