José
Siles Artés
La Malcasada,
novela de Carmen de Burgos, Colombine,
vio la luz, en 1923, y es tanta la disparidad entre la excelencia de la obra y
la fortuna que la esperaba, que uno se pregunta por la coyuntura social y
política de aquel año. ¿Qué estaba sucediendo en el país, políticamente
hablando, en 1923?
Pues
algo crucial, un atentado a la democracia, un golpe militar que suspende la
Constitución, disuelve los ayuntamientos, etc. Empieza a regir la generalmente
llamada “Dictadura de Primo de Rivera”, que duraría hasta enero de 1930.
No
fue pues un período propicio para el afianzamiento de una novela contestataria,
como La Malcasada, que ponía de
relieve la discriminación secular de la mujer. Usando principalmente como marco
la institución del matrimonio. Y a ese período dictatorial no habría de
sobrevivir mucho nuestra autora, quien murió en octubre de 1932., cuando la
Segunda República llevaba instaurada sólo un año y medio.
¿Qué
tirada se haría de la primera edición? ¿Qué difusión tuvo? Confieso que, aunque
me urge la curiosidad, carezco de las aptitudes de un buen documentalista para
salir de dudas. Ahora bien, lo que sí es palmario es que la dictadura fran quista,
de cuarenta años de duración, no fue precisamente la época más afín a la
literatura feminista, sobre todo hasta los años conocidos como el
“tardofranquismo”. Precisamente una de las doctrinas punteras de aquel régimen
fue la educación de la mujer para ser una cabal ama de casa y vivir supeditada a la tutela y
autoridad del marido, todo lo cual se instrumentaba través de un organismo
estatal, hermano de la Falange, conocido como la Sección Femenina.
El
tardofranquismo fue poco a poco dando a
conocer a los españoles los nombres de insignes exiliados habían sido
silenciados y boicoteados, con el resultado de que eran desconocidos por las
nuevas generaciones. Ya viejos, con la dictadura agonizante, y poco después en
democracia, fueron muchos reapareciendo, unos hombres y mujeres ilustres que
venían del frío. En las antologías y diccionarios han quedado incorporados sus
nombres y sus obras, pero no con el brillo merecido, el alejamiento y el tiempo
les han mermado el resplandor merecido.
Carmen
de Burgos, que murió unos años antes de la Guerra Civil, es para mí uno de
estos casos. Su voz, su obra, su vigorosa obra literaria y su espléndida
vitalidad activista se hurtaron al conocimiento del gran público que, a la
postre, es quien consagra las obras de arte; y así esta novela, La Malcasada, no habría de resurgir
hasta noventa y tres años después, en 1916, cuando la editorial Renacimiento de
Sevilla, lanzó su segunda colección en una muy bien llamada, “Biblioteca de
Rescate”.
Expuestas
todas estas reflexiones, corresponde ahora comentar el asunto de La Malcasada, así como su valor
literario. O dicho de otra manera, qué recursos narrativos emplea la autora y
qué cotas artísticas alcanza. Y vaya por delante subrayar que Carmen de Burgos
se inspiró sin duda en su propia y desafortunada experiencia matrimonial, de
tal manera que tal manera que la pareja protagonista pertenece a la clase media
alta: ella una joven refinada, elegante y dotada de una gran sensibilidad, su
talón de Aquiles, que la hará fácilmente vulnerable a los abusos de Antonio, su
marido.
Ahora
bien, no hay que engañarse, como veremos en seguida. Sensibilidad no es
sinónimo de debilidad, y la delicadeza puede ir amalgamada con una gran
fortaleza, la que va a demostrar Dolores, nuestra protagonista, a partir de un
incidente determinado, para empezar a enfrentarse a su marido, un señorito
degenerado, un crápula que lleva una doble vida.
Antonio
mantiene por un lado una hipócrita convivencia marital, mientras que por otro
mantiene una querida y se divierte en juergas, borracheras y riñas de gallos.
Todo esto en el marco de una sociedad provinciana en la que los vicios y abusos
se toleran mutuamente, y nunca su denuncia. La transgresión no es lo grave,
sino el escándalo, y por lo tanto hay como un pacto para taparlo, o por lo
menos mirar para otra parte.
Pero
“hasta aquí hemos llegado”, viene a decir Dolores un día, oponiéndose a la
abusiva autoridad de su marido y a la cerrada mentalidad de su numerosa familia
y de otras familias “bien” de la ciudad de Almería.
Y
ahora, desde el momento crítico de la rebelión de Dolores, la novela empieza0 a
desplegar en una serie de escenas que van abonando el terreno para un desenlace
dramático. Algunas de ellas podrían formalmente constituir episodios de una
pieza teatral, aunque nunca deja de perder la historia su flujo narrativo.
Al
primer plano aflora que el conflicto de la protagonista es sentimental, pero
con una férrea complicación social, en cuanto la ruptura entre los
cónyuges, a la que Dolores quiere
legalmente recurrir, ofrece una solución un tanto endeble. En aquellos años la
ley permitía un cierto tipo de separación, y de ninguna manera el divorcio.
Al
partido conservador pertenece Antonio, así como el tío Eduardo, prototipo del
cacique decimonónico. Y a ambos los vemos implicados y activos en sucias
prácticas electoralistas. Toda la pudiente familia anda por los barrios
desfavorecidos de la capital regalando dádivas para conseguir votos, siendo
Antonio el encargado de hacer la pesca por los pueblos de la provincia.
En
consecuencia, tras una escena de ruptura, que en realidad es una preparada
ocasión de maltrato, Dolores consigue ser “depositada” -como se decía entonces
en lenguaje jurídico- en casa de unos familiares. *
Ahora
bien, La Malcasada no es un ensayo,
ni es una obra dramática, aunque contiene capítulos que bien podrían
escenificarse. Es un relato, una novela, donde la autora compone la pintura de
una sociedad levítica, autocomplaciente en sus vicios y farisaica. Y todo este
envilecimiento está trazado con tal verismo, con tal realismo, que algunos
capítulos se nos quedan cortos. Inevitablemente se nos ocurre que están sacados
del repertorio de su memoria, de los
años que vivió en la ciudad de Almería.
Está poseída la autora de inspiración suprema cuando nos describe la
convivencia de Antonio con Paca, su querida.
Seguramente
la grandeza de un escritor, y en general de un artista, se revela mayormente
cuando nos hace ver y vivir aquello que más o menos llevamos recogido en la
conciencia, pero que nunca supimos evocar con tal realismo. “¡Es que se ve!”
“¡Es que lo vives!”, confesamos entusiasmados ante la obra de arte maestra. Nos
rendimos al percibir sentido profundo de
las cosas, de las claves que el poeta nos regala para entender el mundo.
Carmen
de Burgos es novelista y es poeta en sus descripciones de la ciudad de Almería,
en su perfil urbano y en sus costumbres, como la anual fiesta de la patrona, la
Virgen del Mar, con la que precisamente la novela echa a andar, constituyendo
unos capítulos que rebosan veracida. Percibimos allí la asombrosa vitalidad de
unos recuerdos, cuya descripción, una verdadera proeza literaria, culmina con la tradicional apoteosis de los
fuegos artificiales, el clásico fin de fiesta de todas las ferias españolas.
Hay
en el relato otras descripciones más o menos largas que no quedan a la zaga de
la anterior, mereciendo especial atención, por su salvaje realismo, una riña de
gallos, pasatiempo favorito de Antonio.
Y
entreverados, cada uno en la ocasión oportuna, destacan las semblanzas de los personajes, como el de la tía Pepita,
que no dudo en calificar de sencillamente magistral Uno se queda con ganas de ver intervenir más
a esta figura, pero sólo lo hará en momentos puntuales, cruciales para la
suerte de Dolores. Más conspicua es quizá la entrometida y maliciosa Juanita,
una vecina.
Hay
otro personaje de una contextura dramática excepcional. Es César Lope, el amigo
íntimo de Antonio. Su capacidad de disimulo y malvado manejo de aquél, le
emparentan con las criaturas de las grandes piezas clásicas, aunque por otro
lado porta una fachada de cómica pedantería que le hace risible desde el primer
momento de su aparición.
En
La Malcasada abundan los personajes
de estirpe novelesca. La tía Pepita, el cacique don Eduardo y las “cuñás”, como
las llama la autora, están inspirados en el ambiente de una sociedad y una
época concretas, caldo de cultivo común al género novela, o a la novela clásica
para ser más exactos, si consideramos la genealogía que mayormente tiene en el Quijote su primer ancestro
Los
personajes de La Malcasada pertenecen
a dos grupos bien diferenciados. El de los buenos, muy reducido, y el de los
malos, muy numeroso. Entre los primeros destaca Dolores, quien a lo largo de
sus constantes y largas apariciones, es siempre presentada sie con unos
atributos impecables, modélicos. Es joven, hermosa, refinada y elegante. No
participa tampoco de la ruindad, pacatería y prejuicios de su familia política y, en
general, de la cerrada sociedad en la que le ha tocado insertarse.
Entre
los malos del relato sobresalen las mujeres por maliciosas, conformistas,
chismosas y retorcidas. Todas están también “malcasadas”, por una razón u otra,
pero carecen de la conciencia y el valor necesarios para rebelarse, lo contrario
que le sucede a Dolores.
Todas
son “señoras”, amas de casa acomodadas, con amplio personal doméstico a su
servicio, de manera que su misión en la vidas está centrada en procrear, vestir
lo mejor que permitan sus medios económicos y figurar junto al esposo en la
vida social de la ciudad.
No
podrían romper con su destino aunque quisieran porque no están preparadas para
hacer ningún trabajo lucrativo. Dolores tampoco, pero su coraje la hará confiar
en encontrar algún tipo de ocupación llegado el momento de su rebelión.
Se
transparenta inequívocamente a lo largo de la acción que la falta de
preparación laboral, de instrucción profesional es un gran hándicap para la
liberación de la mujer, para conseguir un sueldo que la haga económicamente
independiente. Bien entendido que por debajo del escalafón de la clase media,
ciertos oficios eran desempeñados por mujeres. El grupo más conspicuo es el del
servicio doméstico y, en un escalón más alto las costureras y las peinadoras,
por ejemplo. Precisamente la peinadora de Dolores juega un papel fundamental de
mensajería cuando aquella va quedando progresivamente aislada y vigilada por su
marido y demás allegados.
La
suerte de Dolores se agrava cuando empieza a ser acosada sexualmente por varones
de su propia familia, hasta que se acoge al amparo de una bondadosa viuda. Todo
esto con la ayuda del joven abogado Pepe, su vecino, del que terminará por
enamorarse.
Su
desventura parece ya encaminada hacia un final positivo, cuando se produce la
victoria electoral de los conservadores y, la progresista ley del divorcio, se
queda en agua de borrajas. Se da un fuerte paso hacia atrás, de tal suerte que
Dolores se ve obligada legalmente a volver con su marido. Y a partir de aquí el
conflicto empieza a apuntar cada vez más a un final trágico. Estallará la bomba
de la injusticia, revelándose de manera palmaria la que sin duda es la
principal tarea de esta novela: exponer y denunciar la inicua situación de la
mujer, sometida, dominada y humillada por el hombre y las leyes que él mismo ha
forjado para perpetuar su supremacía.
Y
es en esa tesitura donde la protagonista se agiganta por encima de todos los
demás personajes de la obra. Se convertirá en una gran figura trágica,
impulsada por su apasionada ansia de libertad, al tiempo que desnudará
totalmente su corazón de mujer enamorada.
¿Llegará
a levantar cabeza La Malcasada de Carmen de Burgos? Las
obras que pierden el tren de su tiempo lo
tienen muy difícil para ser resucitadas y justamente apreciadas, aunque
les sobre calidad, como a ésta, que para mí es una de las grandes novelas de la
llamada "Edad de Plata". A profesores y críticos corresponde esta
labor de reivindicación. No parece comparativamente justo que Puñal de Claveles se lleve tantos
laureles. Es verdad que su título es genial, que inspiró las Bodas de Sangre de García Lorca, pero La Malcasada, estimo, es
una pieza narrativa de mucha mayor envergadura.
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